"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

martes, 11 de septiembre de 2012

ESA SONRISA PARA ALENTAR...



Señor, ¿qué os haría sonreír desde lo alto de la cruz? ¡Qué abismo de contradicción entre los dolores que, de la cabeza a los pies, atormentan vuestro sagrado cuerpo, y esa sonrisa que aflora dulce, suave, tierna en esos labios que se entreabren, iluminándoos la cara! Y, sobre todo, Señor, ¡qué contradicción entre el abismo del dolor moral que colma el corazón y aquella alegría, tan delicada y tan auténtica que brilla en vuestro Rostro! Contra Vos se ha lanzado todo el maremágnum de la miseria y la ignominia humanas. No hay ingratitud ni calumnia que os haya sido ahorrada. Vos ha predicado el Reino de Dios y vuestra predicación ha sido rechazada por la vil codicia de las cosas terrenas. El diablo, el mundo, la carne, en una infame revuelta contra Vos, os ha conducido al patíbulo, y ahí estáis, en espera de la muerte.



Y, sin embargo, Vos sonríe... ¿por qué?

Vuestros párpados los tenéis entornados, casi cerrados. Casi... pero algo todavía podéis ver. Y lo que veis, Señor, es la mayor maravilla de la creación, la obra prima del Padre Celestial: un alma -y cuánta belleza es la que puede haber en un alma, por mucho que sea ignorada por el materialismo de este siglo- ubérrima e íntegra en su naturaleza, colmada de todos los dones de la gracia, y santificada por la continua y perfectísima correspondencia a todos esos dones. Veis, Señor, a María. Veis a vuestra Madre. Y en medio de todos los horrores en los que estáis sumergido, tal es la maravilla que veis que sonríes afectuosamente, para animarla, para comunicarle algo de tu alegría, para decirle algo acerca de tu infinito y sublime amor.
 

Vos ve a María. Y, a la vera de la Virgen fiel, veis a los héroes de la fidelidad: al apóstol virgen, a las santas mujeres; la fidelidad de la inocencia, la fidelidad de la penitencia. Vuestra mirada, para la cual todo está presente, va mucho más allá, pues abarca los siglos, y veis también todas las almas fieles que te adorarán a los pies de la Cruz hasta el Día del Juicio Final. Veis, Señor, a la Santa Iglesia Católica, Vuestra Esposa.

Y por todo eso sonríes, con la sonrisa más triste y más bendita, más dulce y más compasiva de toda la historia. El Evangelio nunca te ha presentado riendo, Señor. ¡Sólo las almas que ignoran o tienen horror a la impudicia sensual y vulgar, poseen el secreto de sonrisas como ésta! Entre las miríadas de almas que siguen a María para estar al pie de la Cruz, y por las cuales Vos sonríe, ¿estará también la mía, Señor mío? 
Humilde, hincado de hinojos, aunque sabiéndome indigno os pido un sí. Vos que no ha expulsado del Templo al publicano (Lucas 18, 6-20), por las plegarias de María no alejarás de Ti a un pecador contrito y humillado. Dadme desde lo alto de la Cruz una muestra de tu inefable sonrisa, oh Buen Jesús.

Plinio Corrêa de Oliveira


Un día -corría el año de 1630 - Fray Inocente de Palermo, un humilde fraile franciscano, decidió tallar un crucifijo en madera de ébano. Inició su obra por el cuerpo, al que podría labrar mejor según la forma deseada. Y dejó para lo último el rostro, por ser la parte más difícil de la escultura que se había propuesto hacer. ¿Qué aspecto darle al rostro? Y el fraile quedó suspendido en indefinible y profunda perplejidad. Una noche se fue a acostar a su yacija, con el alma agobiada por este problema; pero cuando a la mañana se levantó, para continuar su talla que había quedado inconclusa, la encontró inesperadamente acabada, con un maravilloso rostro, hechura de un artista desconocido. Era un rostro en el cual se combinaban armoniosamente dulcedumbre, virilidad y una sobrenatural unción, que le daban a la talla el aspecto de ser la obra nocturna de un ángel. En sus ricos rasgos faciales, según el ángulo de observación, el Divino Crucificado está sonriendo, agonizando y ya muerto. Desde hace tres siglos se conserva en el Santuario de San Damián, en Asís, el progidioso crucifijo de fray Inocencio de Palermo y ha sido objeto de la continuada piedad de los peregrinos. Su contemplación nos puede servir para nuestra meditación de la Semana Santa.

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