"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

sábado, 22 de septiembre de 2012

LA MODA DEGENERA A MENUDO EN DISOLUCIÓN

DEVINIENDO EN INSTRUMENTO DEL PODER INMORAL


ELLA, ASÍ, ARRECIA NO SÓLO EN EL MUNDO, 
SINO TAMBIÉN EN LA CASA DE DIOS."
"Dad a Yavé la Gloria (debida) a Su Nombre, 
postraos ante Yavé con sacros ornamentos 
- Salmo 28-


NOSOTROS LOS CATÓLICOS ¿SOMOS TODAVÍA CAPACES DE SABER CÓMO COMPORTARNOS Y QUÉ DEFENDER?


Jesús Nuestro Señor ha dicho: "Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la Luz" (Lc 16, 8). La VIRGEN, en Fátima, ha anunciado: "Vendrán modas que ofenderán mucho a mi Hijo". San Pío X admonizaba: "¡Sed fuertes! No hay que ceder donde no hay que ceder... se debe combatir, no a medias tintas, sino con coraje; no a escondidas, sino en público; no a puerta cerrada, sino a cielo abierto". El Papa Pío XII se expresaba así: "¡Si algunas cristianas sospecharan las tentaciones y las caídas que causan en los otros, con sus vestidos y sus modas faltas de modestia, quedarían aterrorizadas por sus responsabilidades!". Pablo VI observaba que: "Se camina en la mugre" y exhortaba: "Hablad, hablad fuerte, mientras estemos a tiempo de evitar la disolución y la degeneración social". Juan Pablo II afirmaba: "El derrumbamiento de la moralidad lleva consigo el derrumbamiento de la sociedad". En realidad, cuando muere el pudor... ¡muere la razón y, en la indecencia, muere también el hombre! San Pablo nos exhorta así, a propósito de aquellos que hacen el mal con empeño y aquellos que no se empeñan en prodigarse en hacer el bien: "No tengáis parte con ellos [con los que hacen el mal]. Andad, pues, como hijos de la luz- sin comunicar en las obras infructuosas de las tinieblas; antes bien, denunciadlas y reprobadlas... por lo cual dice: "Despierta tú que duermes." (Ef. 5, 7 -14). Pues... Católicos, no durmamos: ¡despertémosnos y actuemos con ánimo y sin temor! Pongámonos cerca del Sumo Pontífice. Roguemos por Su Santidad Benedicto XVI. Defendamos a  nuestras iglesias y la sacralidad de los Santos Altares de toda profanación.

Ayudemos a nuestro párroco, para que todos entren dignamente en la Iglesia, en la Casa de Dios, con vestidos que no solivianten ni pongan en peligro la reserva de los sacerdotes y de los religiosos, la solidez de los adultos y las familias, la tierna inocencia de los niños.

Postrémonos y roguemos con devoción y confianza a Jesús en el Santo Tabernáculo, preocupándonos por respetar y hacer respetar dignamente la Santísima Eucaristía.

San Paolo nos advierte así: "Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo..." (1 Cor 11, 27-29) y, en conciencia, es mejor una Santa Comunión de menos que una Comunión indigna.

Es nuestro deber, por lo tanto, tomar conciencia de la gravedad del problema, para poner a la luz la Verdad, ya que el no hablar de ello, como hoy está sucediendo, es un pecado de omisión, cargado de consecuencias para todos, en el tiempo y en la eternidad.

Vigilemos con caridad, pero también con firmeza, allá dónde se quiera imponer comportamientos que ofenden a Nuestro Señor Jesucristo. Deseo que todos vosotros, mis queridísimos hijos espirituales, emprendais, con vuestro ejemplo y sin ningún respeto humano, una santa batalla contra la moda indecente. ¡Dios estará con vosotros y os salvará!... Las mujeres que buscan la vanidad en los vestidos no pueden nunca sentirse pertenecientes a Cristo y eso mismo pierde todo ornamento del alma apenas este "ídolo" entra en sus corazones. Las mujeres (y ahora también los hombres, que se ponen en competición), se guarden de toda vanidad en su vestido, porque el Señor permite la caída de estas almas por tales vanidades.

San Pío de Pietrelcina






EL PECADO DE INMODESTIA EN LA CASA DE DIOS
 ( -De un artículo publicado en el sitio "Gesù e Maria"-)



Hay mujeres que, antes de entrar a la iglesia, se paran fuera de la puerta para ponerse un jersey, o para cubrirse los hombros escotados con un chal, otras, mientras tanto, impávidas, con los brazos completamente descubiertos, medio descotadas -a veces también de manera indecorosa o hasta sacrílega-, entran tal y como se encuentran, haciéndose la idea de estar dispuestas de esa guisa.

Las primeras, si ostentan por ahí un vestuario inmodesto o provocador y luego, entrando a la iglesia, se cubren, cometen un acto de hipocresía, mientras que las segundas, más impávidas y descaradas, cometen un acto de profanación.

Por otra parte, si una se cubre antes de entrar a la iglesia, significa que se ha dado cuenta de no estar vestida de manera suficientemente modesta. ¡Si no puede entrar a la Iglesia por causa del vestido que lleva, cómo puede creer que va bien yendo vestida de ese modo por la calle, donde en todo caso también hay presencia de Dios, ya que Nuestro Dios está en todo lugar, no sólo en Iglesia!

Salir de la Casa de Dios y desvestirse de algo que se ha vestido antes de entrar es un claro acto de ser consciente de que el propio modo de vestir, en definitiva, supone una evidente acusación contra la misma decencia.

Es penoso ver en un lugar sagrado, la Casa de Dios, cómo se ofende a Dios con las mismas profanaciones que se usan en el mundo, ¡Y que son causa de muchos castigos que manda Dios!

¿Cómo se puede implorar la Misericordia de Dios, sabiendo que se lleva un vestido que provoca el desprecio y la justicia de Dios?

Sube el Sacerdote al sagrado altar vestido con paramentos sagrados, puesto que es grande el respeto que se debe a la Divina Majestad, por lo cual: ¿cómo es que podemos llevar a la Casa del Dios un vestuario indecente, que produce pecado?

¿Cómo se puede mostrar la orgullosa inmodestia personal de uno mismo en el Lugar donde se tiene más necesidad de presentarse vestido con profunda humildad?

Orar con el orgullo desdeñoso del mundo significa ser más arrogantes que el fariseo que salió condenado del Templo; rogar mientras a la vez se desobedece la Ley de Dios, significa cometer una profanación peor que aquella que cometió Oza, tocando el arca contra la prohibición de Dios (2 Sam 6, 6 -7); rogar con el corazón desacralizado por la vanidad, significa cometer una culpa más grande que aquella cometida por Coré, Datán y Abiram, que ofrecieron el incienso sobre incensarios profanos (Nm 16 y 17,1 -5).

Hay mujeres -jóvenes y también menos jóvenes- que visten de manera indecorosa, con pantalones ajustados, exhibiendo sus formas de manera provocadora. ¡Es una realidad que no puede ser escondida, ni puede ser callada, con tanta hipocresía del "no ver" y del "no sentir!"

Quién va a Iglesia y se acerca al Santo Tabernáculo de Jesús, al altar donde el Señor se ofrece Vivo y Verdadero, al Trono de Su amorosa Majestad, circundado por los Ángeles, ¿cómo puede estar entre los Espíritus Celestes vestidos como le place a Satanás? ¡Ésta es una grave acción de orgullosa presunción y obstinada inconsciencia, sabiendo que es causa de escándalo para tantos, provocando adrede la distracción y el disgusto, faltando al respeto debido a Aquel a quien se quiere rogar! Se trata, además, de respetar la oración de cada uno de los fieles que están en Iglesia. "Deben avergonzarse cuantos actúan con malicia y no quien en cambio obra por el bien."

UNA ROPA PARA LA CASA DE DIOS

Las circunstancias sociales no permiten que se acuda a reuniones importantes sin una ropa apropiada. Hay un vestuario para ir al teatro, un vestuario para la sala de estar, uno para las reuniones familiares y también otro para las ceremonias fúnebres o, en fin, también hay otra indumentaria para cuando nos presentamos ante una autoridad o ante el Santo Padre, el Papa.

Toda persona tiene esto que decimos como algo lógico, tan cierto como que si una mujer va a una ceremonia de gran gala, al teatro o a lugares donde conviene presentarse con cierto vestuario, se respeta la norma y se va con ese determinado vestuario. En estos casos, en los cuales se hace notar que no se puede entrar vestidos a un lugar determinado sin hacerlo de un cierto modo, nadie se rebela, nadie pretende tener razón contraviniendo la norma. Sólo cuando se va a la iglesia es cuando se pretende entrar a ella como a cada uno se le antoja y no tolera observaciones de ningún tipo. Todo esto es inmoral, y también de pésimo gusto... Pero, además de la falta de educación que revela, ¡se vuelve un espectáculo deplorable y de mal ejemplo para los jóvenes!

Para entrar a la Iglesia, por lo tanto, es menester un vestido adecuado que, aunque sea simple, tiene que ser decoroso, respetuoso para con el Lugar Sagrado y en los justos parámetros de la modestia. En la Iglesia es menester tener una actitud humilde y reservada, tal como conviene a quien va a rogar a la Divina Majestad.

Es menester desterrar absolutamente las faldas cortas y las transparencias, también la falda excesivamente ajustada que destaca las formas, faldas con rajas, las mangas cortas, con enormes escotes -que tantas veces son el mostrador de crucifijos de oro-, hay ciertamente que evitar estas cosas, puesto que, además de ofender el sentido del pudor de todos, tales vestimentas han nacido de la malicia, se llevan con malicia y engendran otra malicia, sin descontar todo lo que tiene de arbitraria o excesiva pedantería, por parte de quien declara abiertamente la liviandad con la que se abastece este mercado de la malicia que -por si fuese poco- ocurre justo en la iglesia, en la Casa del Señor. Una conducta semejante es vergonzosa y absolutamente intolerable.

¡Además de estos graves comportamientos en la iglesia, se requiere evitar tantas otras actitudes, que no convienen a quien debería estar en Presencia de Dios, en acto de humildad, de arrepentimiento o, sencillamente, para rogar con devoción, doblando las rodillas ante Nuestro Señor Jesucristo!

Él es la Luz verdadera que ilumina a cada hombre que viene a este Mundo (Juan 1,9), por lo cual quien no lo honra y no lo sigue con respeto y rectitud camina en las tinieblas. Quien no lo honra también ultraja al Padre que lo ha mandado (Juan 8, 12  5, 23 y Mateo 13, 30), ya que tales comportamientos de irreverencia hacia la Sacralidad Divina no están conformes con el normal comportamiento de un buen fiel cristiano.

Todo eso forma parte de un debido respeto debido a la Majestad Divina del Señor y, además, por el respeto que se debe a los sacerdotes y a todos aquellos que están presentes (1 Tm 5,17), como dice San Pablo (también por la inocencia de los niños). No se puede inducir a un sacerdote, por culpa de la indecencia, poniéndolo en una situación embarazosa cuando está administrando los Sacramentos u obligarle a tener que hacer severas llamadas al decoro que, además, turban la paz de la Casa de Dios. Es necesario ser consciente de que el lugar es sagrado y que no debe ser profanado de ninguna de las maneras. Dios quiere y tiene que ser honrado oportunamente, independientemente de nuestras costumbres, de nuestras debilidades o de nuestras faltas -por conscientes o inconscientes que sean-, ya que Dios es verdad y Él abomina de todo aquello que se opone a la Verdad, todo aquello que a la verdad se opone con intención o provocado por doctrinas erróneas, por falsas religiones, por rituales inadecuados, por reglas inmorales o, peor todavía, por modas divulgadas sutilmente por los medios de comunicación de masas, (véase también la Encíclica "Humani Generis" de Pío XII).



COMO LOS ÁNGELES Y NO COMO LOS ÍDOLOS
EN LA CASA DE DIOS

"¿Por qué, yendo a otra iglesia, así vestida, nadie me ha reprochado nunca nada?". Es fácil que con esta pregunta te respondan cuando se hace una observación a quien se presenta en la iglesia con indumentaria visiblemente indecente.

Si cualquier sacerdote, por una falsa prudencia, o por una extremada tolerancia, se amilana y no interviene para reprochar a los que se presenten en la iglesia de modo indecente... ¡Qué actitud tan deplorable!

Puesto que es imposible no percatarse de que una cierta moda es indudablemente indecorosa, o incluso sacrílega, no se pueden excusar ante de Dios.

¡No es posible reconocer cuánta obscenidad, cuántos escándalos y cuánto mal hay en el mundo! Además de tantos cataclismos, desdichas, desgracias, matanzas injustificadas -de mujeres que se sabía que iban por ahí provocando con su mala conducta, también-, guerras y tantos otros... ¿Cómo se puede renunciar a mejorar dentro y fuera la centralidad de nuestro "yo"? ¿Cómo es que no deseáis suplicar Dios, para merecer, al menos en parte, Su Misericordia?

Entremos, por lo tanto, en la iglesia de manera digna, llenos de modestia, de humildad y de amor sobrenatural, para honrar a Nuestro Señor, parecidos a ángeles orantes que, cubiertos de pureza, alaban y glorifican Dios.

Es buena regla, para un buen católico, ayudar al propio párroco en la tarea de advertir, con caridad, a quien olvida el respeto debido al Lugar Sagrado, para que no tengan que hacerlo, con mayor severidad, los mismos sacerdotes, pues semejante tarea resulta un peso poco apto para sus verdaderas funciones.
 
Defendiendo el honor de Dios y de Su Casa, el Señor empleará piedad, escuchará nuestra voz, colmándonos de Gracias. Puede pensarse que una mujer impúdica en la Iglesia provoca la Cólera de Dios, en cuanto se compara a un ídolo en la Casa de Dios (Ger 32, 34), por eso es "abominación" y lleva "desolación".

Pensad que una mujer impudorosa en la Iglesia es como un demonio vivo, que con su presencia profana los corazones y los distrae de la familiaridad del Señor.

¿Quién se atrevería a distraer a los ministros de un gobierno ocupados en importantes negociaciones de paz?

Pues bien, pensemos que en Iglesia se tratan los asuntos más importantes con el Señor, no sólo para la vida temporal, sino también para la Vida Eterna. Por ello no se puede ser causa de distracción, y tanto menos la piedra de escándalo en cuanto, esta aberración, atrae la maldición hacia quien profana el Lugar Santo.


CONCLUSIÓN



ESPEJO Y PUDOR

Cuando no se logra ver ante el espejo la imagen y el reflejo del propio cuerpo significa que falta el espejo espiritual, con el que se logra valorar la grosería del propio vestuario; eso denota que se ha perdido el sentido del pudor.

El espejo espiritual hace ver el decoro cristiano y lo que puede ofender la Ley de Dios.

El ejemplo que nos da la Santísima Virgen y tantos santos debería conducirnos sobre la línea recta, sin dejarnos influenciar o conducir por las modas obscenas, que son la perdición del alma.

Cualquiera, hombre o mujer, cuando se vea regañado por su inmodestia, se siente incomodado o se enfada; siendo esto así, en cuanto no se considera de ninguna manera una persona inmodesta, debería con profunda humildad respetar a quien se ha permitido hacerle observar la realidad misma.

Recobrar el pudor es difícil, pero no imposible: ¡basta con quererlo y buscar la ayuda del Dios!

Es preciso boicotear aquellas tendencias mundanas. Hace falta repudiar todo lo que es impudicia. Si las mujeres cristianas adoptan este criterio... Ciertas modas no se difundirán entre los verdaderos cristianos.

Es útil recordar las sabias palabras de Pío XI: "Cuando penseis en vuestro vestuario, pensad también, oh mujeres, a lo que os reducirá la muerte." Todo pasa, pero el alma sobrevive a la muerte y vivirá para siempre; por eso hace falta principalmente preocuparse de la salvación eterna del alma.

Un cuerpo pecaminosamente cuidado en vida será un cuerpo ignominioso en la resurrección; ¿quién quiere ser tan insensato para engalanarlo en vida, desfigurándolo y después hacerlo sufrir para siempre?

Le prometemos firmemente al Señor que seremos fieles al voto hecho en el Bautismo y renovado en la Confirmación: "Renuncio al Mundo y a todas sus seducciones."


Por más artículos, sobre moral cristiana,
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