"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

miércoles, 19 de diciembre de 2012

EL DOCTOR PLINIO CONTEMPLA LA MIRADA DEL NIÑO JESÚS




Sería muy hermoso si tuviéramos elementos para escribir una Historia, no de la Humanidad, sino de un capítulo especial de la Historia de la Humanidad: ¡la Historia de las miradas!

De las miradas magníficas,
de las miradas radiantes

de las miradas suaves,

de las miradas dulces,

de las miradas tristes,

de las miradas de esperanza,

de las miradas de perplejidad,

de las miradas de indignación,

de las miradas de ordenación y planificación,

de las miradas de imprecación y de castigo.


En la Noche de Navidad ocurre ese momento bendito en el que se abren a la vida y al mundo aquellos ojos divinos que enmudecen toda lengua.
Imaginémosnos aquella gruta como si fuese enorme, alta, grande, casi como una catedral, que evidentemente no tendría una arquitectura definida, pero donde las siluetas de las piedras permitirían presentir vagamente las ojivas de una catedral como vendrían a ser en el futuro las del Medioevo.

Podemos imaginar la gruta donde está la cuna del Niño Jesús. Él estaba allí, con la majestad de un verdadero Rey, aunque yaciera en su pesebre siendo todavía un recién nacido. Él, Rey de toda Majestad y toda Gloria. Imaginémosnos mientras nos acercamos a Él, y he aquí que abre los ojos y en su mirada aparece su fisionomía real.

En la mirada se manifiesta un fulgor tan y tan profundo, que percibiremos en Él una gran sabiduría; rodeado de una atmósfera tal, que envolvería de santidad a cualquiera que se le acercase.

(…) Imaginémosnos también allí a la Virgen Santísima a los pies del Niño Jesús, Ella también como verdadera Reina, majestuosísima, trascendente, purísima, que reza. 
(…) Todas las perfecciones del universo están reunidas en la mirada de Nuestro Señor Jesucristo, de tal modo que Él tiene estados de ánimo que corresponden a todas las bellezas de la Creación. En el centro de todos los colores, de todas las hermosuras, está la Faz adorable de Nuestro Señor Jesucristo; en el centro de la Faz de Nuestro Señor Jesucristo está su mirada refinada y el compendio de todos los rostros. Jesús habla con aquel que se sumerge en su mirada, límpida, afable, serena, casi aterciopelada, pero en la que, en el fondo, hay una rectitud, una firmeza y una fuerza que colman al mismo tiempo de admiración y confianza. (…)

He aquí, pues, que este Rey, tan lleno de majestad, en un cierto momento abre sus ojos para nosotros. Observamos su mirada purísima, inteligentísima, lucidísima. Él penetra en lo más profundo de nuestros ojos. Ve el aspecto más profundo de nuestros defectos, pero también lo mejor de nuestra condición. Y en aquel momento nos toca el alma como tocó, treinta y tres años despúes, a San Pedro.

Cuando menos lo espera el pecador, merced a una amable súplica de la Santísima Virgen, el Niño Jesús sonrie. Y con esta sonrisa, pese a toda su Majestad, sentimos que la distancia desaparece, el perdón invade nuestra alma y cierto algo tira de nosotros. Atraídos así nos encaminamos para estar cerca de Él. Afectuosamente nos abraza y pronuncia nuestro nombre, diciendo: "¡Te quise tanto y te quiero tanto! ¡Deseo muchas cosas para ti y te perdono tantas otras! ¡No pienses más en tus pecados! Piensa solo, de ahora en adelante, en servirme. Y en cada ocasión de tu vida, cuando tengas cualquier duda, acuérdate de esta condescendencia, de esta amabilidad, de este beneplácito que ahora tengo hacia ti, y ven a Mí por medio de Mi Madre, por medio de los intercesores que he establecido entre tú y Yo, ven, que te atenderé. Seré tu refugio, tu fuerza, y estas gracias te conducirán al Cielo, para reinar allí a mi lado por toda la eternidad".
Ante tanto amor osaríamos murmurar: "Señor, no soy digno de que me mires, pero volved una mirada, permitid que vuestra mirada se sumerja en la mía, y mi alma será salva".

"Yo vengo de muy alto y todo lo puedo. En Mí reside el reflejo de la bondad increada y absoluta".

A este punto la Mediatriz intervendría diciendo: "Lo que quiero dar por ser buena; aquello que deseo conceder por ser Madre; lo que puedo otorgar por ser Reina, todo esto, hijo mío, te lo doy. No profiero una palabra, sino que hago algo mejor que hablar a tu oído: te comunico una gracia que susurra en el fondo de tu alma. ¿Sientes esta paz que rebosa de mi Corazón, la sientes entrar en ti? ¿Te colma? ¿Esta paz que ninguna alegría terrena puede darte, la sientes? Y que te hace percibir una tranquilidad interna, en la cual resuena mi voz, aunque inaudible a tu oído... Todo está solucionado y lo que no lo está todavía, lo estará. Confía en Mi, lo arreglaré todo. Las apariencias podrían no ser tales, pero acepta esta sonrisa, percibe este susurro, contempla esta bondad y no dudes más".


http://www.pliniocorreadeoliveira.it/pensieri_e_massime_009.htm

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