"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

domingo, 9 de diciembre de 2012

DEL AMOR PROPIO Y SUS ARDIDES





La Venerable Luisa de Carvajal (1568-1614), de la que nos hemos ocupado en este blog (véase por ejemplo cliqueando aquí en LA INGLATERRA SECRETA), fue una mística que también destaca por sus poesías y por sus textos espirituales. En este que presentamos abajo, la Venerable Luisa de Carvajal nos descubre en un muy delicado análisis los ardides del amor propio y los peligros de la vanidad que obstaculizan la perfecta unión transformante del alma en el Amado. El texto es de la misma Luisa, pero se publicó en la "Vida de la Venerable Madre Mariana de San José", obra biográfica escrita por Luis Muñoz y publicada en Madrid, el año 1646. La Madre Mariana de San José (1568-1638) es una más de las incontables almas místicas, muy poco conocidas, que vivieron en la España del siglo XVI-XVII, nacida en Alba de Tormes (Salamanca), donde subió al cielo Santa Teresa de Ávila en 1582. Madre Mariana es fundadora de las Agustinas Recoletas y fue amiga personal de la Venerable Luisa. En la celda de la Madre Mariana había una cartela en la que ponía: 
"Pobreza, Desprecio y Dolor. Pureza, Cruz y Amor".


 Comienza el texto de la Venerable Luisa de Carvajal, incluido en la biografía de Madre Mariana de San José del año 1646.


Jesús, María, José

Primero que el amor transforme al amante en el Amado, los hace en tanto grado semejantes, que parece que se podría ver el uno en el otro, como en espejo. Y es tan necesaria disposición para que pueda la transformación de amor y unión inseparable tener efecto, que no será posible, si el amor no perfecciona la semejanza en lo interior del alma, y en lo exterior de todo cuanto ser pueda al estado de cada uno, de manera que no quede nada de lo que está en nuestra mano que no se ejecute valerosamente.

Y el alma que se contenta con parecerse en parte al Amado, y no en aquel todo que podría, en parte le ama tan solamente; y lo que a este todo falta, algún amor lo hinche y suple, como remiendo viejo en vestidura; éste ha de ser el propio, sin duda, el cual suele cebar en unas cosas, o en otras. Y hablando de las espirituales, es de ordinario las siguientes:

Comodidades en diversas materias; deudos que impiden extrañamente, y su comunicación a que el natural se hace con facilidad, y mientras es debajo de mejor color, tanto que peor para perfección; porque el engaño y el daño se deshará con más dificultad.

Trazas nuestras en millones de cosas de menudencias, muy encajadas en la voluntad; deseo demasiado para conservar la salud y la vida, gustos dificultosos en el tratamiento ordinario de la persona y regalillos; apegamiento al modo de vida que se tiene, o al lugar, no siendo puesto en perfección ni nivelado por ella, amor a confesores y padres espirituales, apasionado y sin límites. Vanaglorias espirituales muy delicadas, vanaglorias temporales (que entiendo por las que no son en materia de espíritu y santidad), y honrillas de mil maneras apegadas a los huesos; imperfectos apegamientos a gustos espirituales en materia de oración. Poca mortificación en el querer parecer bien, y de buen talle y disposición, mayormente en personas mozas; y en mujeres es esto mucho más, aunque sea por vía sutil y delicada, no tanto que no se deje conocer si se examina.

Unas raicillas entrañadas de propia voluntad y propio juicio, no muy probado lo uno y lo otro, ni mortificado por mano ajena. Y otras muchas cosas semejantes a éstas en que traba el amor propio, que es sin duda su fundamento, y este propio amor un remiendo que se echa al amor de Dios.

Y todo lo sobredicho lo es en la imitación de Cristo, aun en lo exterior de los ojos de los que lo ven, que no todos lo ven. Y queda una vida, y un alma remendada y hecha indigna del nombre de esposa, y de la mesa y tálamo que, como tal, podía pretender de su esposo celestial.

Plegue a Dios que las almas que en esto tuvieron luz y llamamiento y se expusieron y empezaron de le responder, no sean echadas en las tinieblas exteriores, como el que fue hallado sin vestidura de boda, aunque era siervo; porque es un malísimo y peligroso desliciadero [sic: léase "deslizadero"] el propio amor, que, en lo ya referido se ceba y se descubre en gran manera.

Madre Mariana de San José

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