"Cruceros de Roncesvalles", fotografía de D. José Ortiz de Echagüe

lunes, 18 de marzo de 2013

CARTA ABIERTA A BENEDICTO XVI


En el día de su onomástica, no queremos olvidarnos de él, de nuestro bienamado Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) que ha escogido el silencio y la oración por la Iglesia. Lo tenemos en nuestro corazón y rezamos por él. Para agradecerle tanto y tanto, publicamos en español una carta originalmente escrita en italiano y publicada en el blog de Costanza Miriano, bajo el título Lettera aperta a Benedetto XVI

Dios le conceda muchos más años de vida y salud a él, que tanto bien ha hecho a la Iglesia, y que como el Dulce Cristo en la Tierra, ha sufrido el acoso de los lobos, la injusticia y la incomprensión de tantos protervos corazones ingratos. Somos fieles hijos del Papa Francisco, pero en nuestro corazón siempre estará Su Santidad Benedicto XVI.


Carta de Ivan Quintavalle.


Mi dulce Benedicto, ¿sabe que son días extraños? Hay una extraña atmósfera a esta parte.

La euforia es mucha, el mundo parece de improviso estar en vías de conversión. Tal vez es justo así, lo espero vivamente. Sin embargo, yo, no logro estar alegre.

Poco importa. Pero intento saber el porqué. Esta noche, he tratado de hacer claridad en mi corazón. Por desgracia, no estando Su Santidad, no puedo vivir todo esto con la misma serenidad de espíritu.

Ahora bien, en la lucha contra el insomnio, he entendido el porqué de esta sutil tristeza. La causa principal de este mi mal de ánimo es mi ingratitud. Quizás es el mal más evidente de todo hombre, y es el mal que, más que ningún otro, nos hace menos hombres. Estamos todos eufóricos por estos días de reencontrada pobreza, sin embargo ya no pensamos más en usted, que en este momento es el más pobre de todos.

Usted, que ha escogido la soledad y el silencio; usted, que no quiere mostrar al mundo su pobreza. Pues usted nunca ha querido exhibir sus virtudes. Usted... Sus virtudes las ha puesto al servicio de todos nosotros y de la Iglesia de Cristo. Sus virtudes las ha ejercitado de manera tan discreta e impersonal que no parecen suyas.

¡Cuán ingrato he sido y qué poco amable cuando lo he comparado!

He dudado al considerar su opción, tentado por un momento en reconocerle en ella un acto de cobardía. Y, en cambio, estos días todavía refulge en su grandeza. Más bien, la clarifican, aunque de modo invisible. Usted, Santidad, ha elegido el ocultamiento, la clausura.

Cuánta grandeza, cuánto coraje. Ningún amor propio. Solo la Cruz. Nosotros, continuamos haciendo comparaciones. Las hemos hecho con su amado predecesor Juan Pablo II, mientras usted escribía en silencio páginas memorables del Magisterio de la Iglesia.

Las hacemos ahora, mientras usted con su voluntaria ausencia, escribe su encíclica más bella. Aquella sobre la humidad. Hoy es el día de su santo, mi amado Benedicto. Le ruego que me perdone por mi ingratitud, pero sobre todo por mi falta de Fe.

Le deseo días felices, me comprometeré a ser un hijo mejor para el Papa Francisco, mejor de lo que he sido para usted.

En Cristo,

Ivan Quintavalle

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